El despido del ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta hace algunos días, ha marcado un nuevo hito en la crisis política y sanitaria de Brasil.
Ahora, al manejo errático e irresponsable de la pandemia de Covid-19 por parte del presidente Jair Bolsonaro, se ha sumado al desafío de jueces y gobernadores del país, quienes han cerrado filas para frenar al mandatario nacional.
Desde el principio, Bolsonaro ha desestimado la pandemia y las medidas de confinamiento siguiéndole el paso al enfoque negacionista de Trump. A medida que ha avanzado la crisis sanitaria global, Brasil se ha convertido en el país latinoamericano con mayor cantidad de casos confirmados (más de 46 mil) y de muertes (más de 2 mil 900) por coronavirus.
Como indica France24, el coronavirus desembocó en una pelea política en las altas esferas de la política brasileña. Mientras Bolsonaro desestimaba el confinamiento, su ministro de salud lo apoyaba, lo que provocó, según medios brasileños, que el ala militar del gobierno intercediera para que la situación no se saliera de control tratando de evitar el despido o la renuncia de Mandetta.
Al final Bolsonaro apostó por romper ese inestable equilibrio de poder. Y fue más allá.
Quebrantando las medidas de confinamiento decretadas por el ministerio de Salud, el pasado domingo en Brasilia frente al cuartel general de las Fuerzas Armadas, en el marco de una manifestación junto a sus seguidores, Bolsonaro pidió abiertamente un golpe de los militares para clausurar el Congreso y otras instituciones del Estado, debido al espacio que va ganando la idea de un impeachment.
Una fuente militar citada por El País de España expresó que Bolsonaro “intenta acorralar a las Fuerzas Armadas”, pero sin éxito. La inflamación política a la que ha llevado al país sitúa a la secta del bolsonarismo en una delicada posición de aislamiento que se agudizó con el llamado a un golpe militar.
El grito desesperado de Bolsonaro para que los uniformados salven su presidencia no es buen augurio. Y ahora el Supremo Tribunal Federal (STF) ha abierto una investigación sobre sus declaraciones en la manifestación en Brasilia.
Según el medio brasileño Carta Capital, el factor judicial jugará un papel determinante en el devenir de la crisis política:
“El futuro del presidente está en manos de Mello (juez principal del STF) gracias a una mandamus (orden judicial) presentada ante la Corte Suprema el 19 de abril. La demanda pide que se prohíba al ex capitán promover aglomeraciones durante la pandemia de coronavirus, advertir a la corte con anticipación cada vez que planee salir a la calle, no use las redes sociales para sabotear cuarentenas y mostrar el resultado de su Covid-19”.
Además, a partir de una acción legal interpuesta por el Partido de los Trabajadores (PT), el ministro del STF, Alexandre de Moraes, le ha dado a Bolsonaro un plazo de cinco días para presentar las medidas adoptadas que harán frente a la pandemia de Covid-19.
En consecuencia, Bolsonaro actúa en correspondencia con el vértigo de la situación: pide el golpe militar con el objetivo de zanjar las presiones que vienen desde los jueces, gobernadores, alcaldes y diputados del Congreso.
Mientras tanto, otra grieta se abre y profundiza la crisis en el gobierno. El Ministro de Justicia, Sergio Moro, ampliamente conocido por dirigir la operación judicial Lava Jato que apresó a Lula y dejó el camino abierto al ascenso del bolsonarismo, renunció formalmente a su cargo luego de que Bolsonaro cesara al director general de la Policía Federal, el comisario Maurício Valeixo, el principal aliado de Moro en las detenciones.
Moro había puesto como condición para quedarse en el gobierno que Valeixo no fuera destituido.
De forma desastrosa concluye el matrimonio circunstancial entre el partido judicial y Bolsonaro que dio al traste con el gobierno progresista en Brasil.
El mandatario brasileño está preocupado, dice El País de España, porque “la Policía Federal (aliada a Moro) pudiera avanzar en las investigaciones contra su hijo, el senador Flávio Bolsonaro, sospechoso de malversar fondos destinados a pagar a sus exasesores en la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro”.
Moro tenía a la familia del presidente agarrada por los cojones y Bolsonaro se lo ha quitado de encima.
Mientras el frente interno arde, la presencia internacional del gobierno brasileño va a peor.
Ya a principios de marzo, el hijo del presidente, Eduardo Bolsonaro, acusó a la “dictadura” de China de propagar el coronavirus, lo que tensó las relaciones entre ambos países y encendió las alarmas de la élite agroexportadora que tiene en el gigante asiático su principal mercado.
La crisis diplomática con China repercutió negativamente en las bases de apoyo (empresarial) del gobierno de Bolsonaro. Sin embargo, lejos de rectificar, el presidente brasileño ha afianzado un enfoque aislacionista del sistema internacional.
El pasado 22 de abril, 179 países firmaron una resolución de la ONU (20/40) propuesta por México para garantizar la distribución justa y equitativa de la vacuna contra el Covid-19 una vez se encontrara.
Actuando como una especie de bloque anti-ONU, Brasil y Estados Unidos destacan entre los pocos países que no firmaron la resolución.
Para expertos y líderes políticos brasileños entrevistados por Sputnik, la errática política exterior del bolsonarismo infringe un daño económico y reputacional de grandes dimensiones a Brasil, a medida que se tensan las relaciones con China (un socio comercial estratégico) y se hace caso omiso de las recomendaciones sanitarias de los entes multilaterales.
Avanza el tiempo y las denuncias de entidades y legisladores brasileños en organismos multilaterales contra Bolsonaro comienzan a apilarse.
Si bien el curso de estas acciones erráticas en el campo internacional tiene que ver con la subordinación a Estados Unidos, también influyen las premisas teóricas del canciller Ernesto Araújo que han moldeado el discurso de la política exterior brasileña.
En un artículo publicado recientemente y reseñado por el portal Opera Mundi, Araújo destaca que existe una “conspiración comunista” global para dominar el mundo postpandemia. Dispara contra la OMS calificando sus medidas como poco efectivas, y empleando un tono paranoico, advierte que el “globalismo es el nuevo camino al comunismo”, no sin antes polemizar con el filósofo esloveno Slavoj Žižek, quien ha sugerido que el coronavirus puede dar al traste con el modelo capitalista actual.
El discurso de Araújo no aguarda ninguna novedad, pues parece un refrito de la retórica neoconservadora en los momentos álgidos de la Guerra Fría, pero con un empaquetado a lo Breibart News.
Esta narrativa paranoica y anticomunista ha reformulado la política exterior brasileña, alineándola a los intereses estratégicos de Estados Unidos. Y este giro no ha sido bien visto por sectores de la élite militar y empresarial que buscan conservar un lugar propio dentro del orden internacional con miras a beneficiarse económicamente de las potencias a ambos lados del Pacífico.
Para Brian Mier, quien escribe para el medio Brasil Wire, este alineamiento ciego con respecto a Trump ha significado un enorme daño para Brasil, pues ha suprimido sus capacidades internas y externas.
Explica que “es lamentable que la administración de Bolsonaro haya elegido copiar la respuesta del coronavirus de la nación con el peor manejo de la crisis, Estados Unidos, en lugar de la nación que mejor lo ha manejado: China”.
Con más de 200 millones de habitantes en un país-semi-continente, el desborde de la pandemia implica un factor de riesgo para países fronterizos como Venezuela, Colombia y otros tanto con los que comparte fronteras.
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